The last king of Scotland (2006)

  • last_king_of_scotlandReino Unido
  • Cine político
  • Dirigida por Kevin Macdonald
  • Escrita por Peter Morgan y Jeremy Brock
  • Interpretada por Forest Whitaker y James McAvoy
  • 123 minutos 

Esta es la historia de Idi Amin, un personaje fundamental de la historia del siglo XX y, quizás, el dictador más relevante que ha existido en el África contemporánea. Su nombre está ligado a muchas cosas. La primera, el horror. Y tras esta, diría yo, aparece el destino. El destino entendido en sentido general, como quien parece nacido para una determinada tarea. ¿Quién iba a pensar que aquel miserable niño que se arrastraba por las calles de Jinja, desesperado por recibir algo de comida, terminaría siendo el hombre más poderoso del país? “Lo he soñado, sé el día que moriré” solía decir Amin. Escapó de múltiples conspiraciones e intentos de asesinato. Parecía tener razón en su locura, parecía conocer con certeza cual era su destino. 

La política colonial británica, en todo caso, aparece como la causa fundamental de la irrupción de la figura del dictador ugandés. “I come from a very poor family, I think you should know this. My father left me when I was a child. The British Army; became my home. They took me as a cleaner, in the kitchens, cleaning pots. They used to beat me. ‘Beat this wall, Amin.’ ‘Dig the latreen, Amin.’ And now, here I am. The President of Uganda. And who put me here, huh? It was the British.” Amin es fruto, por tanto, de la sinrazón imperialista de los británicos, de su empeño por alargar su presencia colonial en territorio africano. Solo así se entiende que un hombre sin cultura, pobre y desarraigado terminara convirtiéndose en uno de los más poderosos militares del ejército ugandés. Los británicos tenían la costumbre de adiestrar, de darles una oportunidad en el ejército, a los hombres más cualificados con los que se toparan por la calle. Gente sin alma, sin rumbo fijo que encontraría su válvula de escape en el ejército. Idi Amin, un joven robusto, fuerte y con gusto por el boxeo, daba con el perfil de buen soldado.

En 1962 Uganda alcanzó la independencia. Su primer mandatario fue Obote, quien gobernó durante ocho años. Dicen de él que era un tipo egocéntrico y caprichoso. Dicen que no tenía especial admiración por uno de los hombres más importantes de su ejército, Idi Amin. Este último, viendo peligrar su propia vida, orquestó un golpe militar en 1971. Un golpe que lo alzó al poder. “You dare try to poison me? After everything I gave you? I am Idi Amin! President-for-life and ruler of Uganda. I am the father of Africa.” Así de creído se lo tenía. Su interminable verborrea y su enérgico desparpajo podían llevar a engaño. Parecía un tipo cercano y afable. Sin embargo, la realidad histórica muestra otra cosa. Muestra a un hombre que jamás confió en nadie. Se dejó llevar por sus propios impulsos, por sus interminables intuiciones. Y siempre aplicando una misma metodología: “dispara primero.”

Forest Whitaker representa, casi milimétricamente, la idiosincrasia de un tipo tan peculiar, excéntrico y cruel como Idi Amin. Realiza una desbordante exhibición, un regalo artístico que sirve para acercarnos, incluso con cierta inquietud, a la figura de aquel sanguinario militar. La crítica mundial premió a Whitaker con los máximos galardones de la temporada (obtuvo Oscar y Globo de Oro a mejor actor). El reconocimiento a su trabajo es, por extensión, el reconocimiento a esta película. Una película, The last king of Scotland, con ciertas carencias pero que, en líneas generales, ofrece una notable visión histórica sobre la situación en Uganda, extrapolable a otros países africanos, durante el siglo XX.

El personaje del Doctor Garrigan es la excusa que emplea esta narración -de hecho, también el principal defecto del guion- para brindar al espectador la compañía de Amin. A través de él nos acercamos, casi entablamos amistad, con el dictador. Cuesta creer, sin embargo, que un tipo tan receloso, paranoico y desconfiado como este último se encaprichara de una manera tan ciega con este joven escocés. Los líos de faldas con una de las mujeres del presidente ugandés y el enredo con la Operación Entebbe como vía de escape del país son parte del punto ficticio y exagerado con el que se adorna a esta narración. Flaquezas que, en cualquier caso, no desdibujan la idea principal de este film: desentrañar quién era Amin. 

El nombre de Kevin Macdonald va ligado al de un cineasta atrevido, crítico y combativo. Atesora títulos notables tanto en el género documental (One day in september; My enemy’s enemy; Marley) como en la pura ficción (State of play). Es uno de esos cineastas que acostumbra a poner el dedo en la llaga. No se esconde del dolor. Y, en este caso concreto, se agradece. Se agradece porque consigue descifrar los códigos que movían a un tipo como Amin, a ese intrigante genocida. Capta su esencia, plasmando lo impredecible y terrorífico que podía llegar a ser ese basto y fornido militar. Su interminable verborrea, sus continuas bromas y su dicharachera puesta en escena se combinan con la simple y traumática atrocidad. El director solo se encarga de agitar la mezcla y servirla. Entre estos dos puntos se encuentra, conviene enfatizarlo de nuevo, la figura de un sobresaliente Forest Whitaker.

Las cifras oficiales hablan de entre 150 y 300 mil muertos como consecuencia de los delirios, de las ansias de poder de Idi Amin. Fue un personaje perverso. Decía que él había vencido a los británicos, que él era el padre de África. Entre sus arrebatos narcisistas estuvieron presentes su apoyo a la independencia sudafricana, los favores a la causa palestina (la Operación Entebbe está presente en el film) y una extraña guerra con Tanzania. Este último conflicto fue el que le obligó a abandonar el poder. Se exilió en Arabia Saudí vía Libia, donde murió tranquilamente (y probablemente hasta feliz) en 2003. Ejerció el poder en su país durante ocho años. Parecía un tipo simpático, campechano y afable. Sin embargo, siempre llevaba un cuchillo escondido con él. Convirtió Uganda en un circo de sangre y terror. Fue un genocida despreciable, un monstruo a quien el cine ha retratado de manera notable en esta película.