La sombras del american dream: The Woman in the Window

La monotonía ha convertido la aventura en letargo y, a este, nuevamente en aventura. Es así como Fritz Lang deslumbra expresando, a través del fotograma, las agitadas palabras que esconde el fantasioso guión de Nunnally Johnson. El claroscuro se impone cuando se mezcla la seducción con el crimen en las calles de Nueva York. Es allí donde el profesor Wanley, un monumental Edward G. Robinson, queda prendado por la mujer del cuadro que adorna el escaparate adjunto al club donde él y sus amigos, luchando contra el tiempo, intrigan sobre la juventud y la pasión. Los instintos que acompañan a esta última combaten al credo religioso. El onírico erotismo se encumbra a través de la hipnótica fotografía de Milton R. Krasner. Detrás de todo ello, al final, se cede al chantaje: la fe prevalece y la respiración se torna aliviada. El diablo aguarda otra oportunidad, tambaleando así los cimientos de la (hipócrita) moral estadounidense. 

Human desire (1954)

  • human_desire_xlgEstados Unidos
  • Drama
  • Dirigida por Fritz Lang
  • Escrita por Alfred Hayes (Novela: Émile Zola)
  • Interpretada por Glenn Ford, Gloria Grahame, Kathleen Case y Broderick Crawford
  • 90 minutos

«How do you tell the right girl for you from the wrong one?»

Glenn Ford vuelve de Corea. Vuelve a su hogar, a su trabajo de toda la vida y con los amigos de siempre. Quizás tenga los ánimos castigados, pero se reconforta con su vuelta a empezar. Conducir locomotoras, ir a pescar y entretenerse con el cine. Ansía una vida tranquila. Luce como un buen hombre, sabiendo enamorar, además, a una deslumbrante Kathleen Case, quien, de repente, le espeta: «¿qué hay de encontrar una buena chica?»

Imagino que Fritz Lang había salido escaldado de alguna relación cuando decidió tejer esta hiriente obra, Deseos humanos. Son esos deseos los que arrastran a Broderick Crawford hacia el lado más salvaje de la vida. Son esos mismos deseos los que alejan a Glenn Ford de la cordura. Son esos deseos los que impiden ser amada a Kathleen Case. Y todo esa ceguera de deseos, celos y promesas interesadas queda alentada por una espectacular Gloria Grahame, maestra del engaño y la manipulación. 

Apenas un año después del estreno de The big heat, los tres principales artistas de aquella se volvían a reunir para hilvanar esta turbia visión acerca del mundo de los sentimientos. Un inquietante trabajo, pues, con unos personajes magistrales abocados a un final, en uno u otro sentido, repleto de pesar y dolor.    

The big heat (1953)

  • Los_sobornados-529028478-largeEstados Unidos
  • Cine negro 
  • Dirigida por Fritz Lang
  • Escrita por Sydney Boehm (Novela: William P. McGivern)
  • Interpretada por Glenn Ford y Gloria Grahame 
  • 90 minutos 

«The main thing is to have the money. I’ve been rich and I’ve been poor. Believe me, rich is better.»

Un suicidio, así capitula su investigación el sargento Dave Bannion en torno a la violenta muerte del policía Tom Duncan. Antes, ya hemos visto unas cuantas llamadas de teléfono. Los gánsteres locales trajinan su plan, pues el imperio no puede soslayarse. La viuda guarda silencio. Mientras, la amante desconsolada de Duncan busca la verdad. Y para bien o para mal, allí está Glenn Ford, comenzando a dudar de su primera impresión.

Sydney Boehm pincela desde el guion una historia de una inquietud explícita. Se te enerva la sangre al mismo compás que se le enerva a Ford. Es una lucha titánica, casi suicida. Un hombre solo, rodeado de peligros, amenazado por los cuatro costados y temeroso por la seguridad de sus seres más queridos. No le tiembla la voz cuando tiene delante al más alto cargo de la policía, corrupto y carcomido por la mafia. Tampoco se le altera el pulso cuando se enfrenta a Mike Lagana, el poderoso capo local. Y, por supuesto, su sangre tan solo circula con un único fin desde la trágica muerte de su amada esposa.

La narración de Fritz Lang no da respiro alguno. La intriga originada por ese extraño suicidio le sirve para exponer una variada galería de personajes, a cada cual más miserable, que contribuye a elaborar esa tensa atmósfera que envuelve a este relato. El protagonista avanza persiguiendo sombras, reforzando su estoica idiosincrasia, hasta que, poco a poco, le va poniendo nombre a cada uno de los responsables de la infame trama que está a punto de ser destapada. Gloria Grahame, finalmente, hará los honores, confirmando con ello la calidad de este relato y siendo así el broche idóneo con el que cerrar esta demoledora obra.