- Italia
- Spaghetti western
- Dirigida por Sergio Leone
- Escrita por Sergio Leone y Luciano Vincenzoni
- Interpretada por Clint Eastwood, Lee Van Cleef y Gian María Volonté
- 130 minutos
“In un luogo dove la vita non aveva prezzo, la morte, qualche volta, lo aveva. Per questo comparvero i cacciatori di taglie.” Alguien recita estas palabras mientras, a lo lejos, un hombre cabalga a lomos de su caballo atravesando el desierto. Suena la música de Ennio Morricone, magistral partitura, y se escucha un disparo. El hombre cae de su caballo, abatido por el fuego. Alguien le ha dado caza. Es el prólogo con el que se inicia esta historia de violencia.
Un banco de la ciudad de El Paso se asemeja a un oasis en mitad del caluroso desierto. Allí, sedientos de dinero, acuden unos y otros. Quien primero lo hace es el Indio, un sanguinario bandolero, falto de escrúpulos aunque, contradicción, cargado de remordimientos. Lleva consigo un reloj… y una melodía. Un recuerdo le acompaña en su oscuridad. Y dos sombras le acechan. Son Mortimer y el hombre sin nombre. Ambos buscan su cabeza, obtener su recompensa. Están pincelando de esta manera un lienzo visceral. Los instintos más puros arrecian con fuerza para hilvanar un triángulo de violencia tan extrañamente cautivador.
Sergio Leone continua escribiendo su particular poesía. Los versos veneran al dólar y a la muerte. Las imágenes se regodean en los primeros planos, en las desafiantes miradas y en la gracia con la que estos hombres desenfundan sus armas. El personaje de Mortimer, además, le añade una pizca de intriga a esta representación. Y es que Lee Van Cleef nos hiela la sangre en un final sobrecogedor con el que Leone simboliza la capital importancia de la venganza en este relato. No solo el dinero conduce a la muerte, viene a decirnos el cineasta. El choque emocional entre Gian Maria Volonté y Van Cleef le otorga, pues, un punto de grandeza a esta descorazonadora historia.
La figura de Clint Eastwood, en cambio, vuelve a representar la esencia del cine de Sergio Leone en esta trilogía del dólar. Es la violencia desinteresada. Un poncho raído, una mirada áspera y un sombrero que profetiza el adiós del adversario son sus señas de identidad. Y esta, “quando devo sparare, la sera prima vado a letto presto,” su máxima existencial. El hombre sin nombre rinde pleitesía a la estética de la violencia. Un film transgresor, bañado en el salvajismo más primitivo, que vuelve a convertir a este último en un estruendoso espectáculo.