La terra trema: Episodio del mare (1948)

Luchino Visconti: La tierra tiembla (La terra trema: Episodio del mare, 1948) Italia. Estudio neorrealista sobre el sur de Italia. Escrita por Luchino Visconti. Novela de Giovanni Verga. Interpretada por pescadores sicilianos como Antonio Arcidiacono. 152 minutos. 

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Suenan las campanas de la iglesia. Se vislumbra el mar. Estamos en Acci Trezza, un pequeño pueblo costero de Sicilia. El italiano aquí no es la lengua de los pobres. Por eso, el cineasta respeta el habla lugareña. Allí, los pescadores salen por la noche a faenar y vuelven por la mañana. Trabajan, en exclusiva, para el comerciante. Es una vida de fatigas. La esclavitud del mar, del amargo mar. La venta está arreglada a la baja. Los mercaderes conspiran, pactan. Sin ensuciarse las manos, obtienen el beneficio mayor. Y los pescadores, después de tantas horas de trabajo, simplemente alcanzan lo suficiente como para no morir de hambre. Es el mundo de opresión con el que abre este penitente relato, bañado en las aguas del neorrealismo por un joven Luchino Visconti. Aristócrata de cuna, Visconti escribe su primera carta de amor al sur italiano. Se sitúa del lado del analfabeto, mientras se acoge a las influencias gramscianas, para tejer una obra tan desgarradora como cruel.   

Los viejos nunca dijeron nada. Es el imperio del conformismo. Los jóvenes, en cambio, tienen otro aire. Corren nuevos tiempos. Es el año 1947, Mussolini se ha marchado y el fantasma del comunismo pulula en el ambiente. Al menos, en la mente de ‘Ntoni Valastro. Es él quien decide rebelarse frente a la injusticia. Antepone la dignidad y escapa del servilismo. Odisea mísera la emprendida por el cineasta milanés. Minuciosa obra: hasta el amor depende del dinero en este triste paisaje. La lucha del protagonista encierra una narración magistral. Su familia es despedazada lentamente por la cámara de Visconti. Luchan contra el poderoso, luchan contra el tiempo y luchan contra la tradición. Una tormenta cambiará, para siempre, el destino de sus vidas. El final, hiriente como pocos, guarda la terrible mirada de Antonio Arcidiacono. Está siendo humillado por los mercaderes, por sus maliciosas carcajadas. Ha sido castigado por el pueblo, por sus vecinos. Todos claman vendetta. Él, sin embargo, ya hablado con anterioridad: su derrota -la suya, la de los suyos- será la victoria de tantos otros, la del humilde y del pobre.    

Le notti bianche (1957)

La noche cae y un grupo de personas se despide. El alma de Dostoievski pulula en el ambiente. Cada uno va por su cuenta. Uno de ellos vaga por las calles de Livorno. Es Marcello Mastrioanni, más solo que nunca. ¿Acaso fue feliz algún día? Está harto de no hablar con nadie, de no sentir nada. Un nómada sin raíces que escucha, de pronto, un llanto. Es la hermosa Maria Schell abrazada a un melancólico puente, esperando, entre la decepción y la tristeza, la vuelta de su amado. Él le habla tímidamente mientras se ofrece para acompañarla a casa. Ella acepta a regañadientes. ¿Comienza así una nueva historia de amor? Eso le gustaría a él, quizás el chico más apuesto del lugar. Una íntima batalla escenificada con sentimiento y emoción -que no sensiblería- por Luchino Visconti. La fotografía de Giuseppe Rotunno es preciosa. Él la quiere, aunque ella no lo quiere a él. Él le dice que la esperará, mientras ella dice que quizás. Él se resigna, pues el corazón de ella está ocupado en otro sitio. El pobre infeliz no ha conseguido escapar de la soledad de la ciudad. La historia acaba igual que comienza: Nino Rota lo expresa maravillosamente. Al menos han bailado, han reído y han paseado felices.