Novecento (1976)

  • Novecento_1900-197074118-largeItalia
  • Cine político
  • Dirigida por Bernardo Bertolucci
  • Escrita por Franco Arcalli, Bernardo Bertolucci y Giuseppe Bertolucci
  • Interpretada por Gérard Depardieu, Robert De Niro, Dominique Sanda, Donald Sutherland, Sterling Hayden y Burt Lancaster
  • 317 minutos

El día de la liberación italiana cantan los partisanos. Los camisas negras huyen despavoridos, mientras los campesinos, armados hasta los dientes, claman justicia. Es por ello que tratan de escapar en vano Attila y Regina, dos villanos locales a punto de ser presos del linchamiento y de la barbarie. Es el prólogo con el que Bernardo Bertolucci abre esta faraónica obra, cuya duración -317 minutos- basta para diseccionar la primera mitad del siglo XX italiano.

En un día soleado de comienzos de siglo XX, ese que sigue a la triste noche en que se anuncia la muerte de Giuseppe Verdi, nacen Olmo Dalcò y Alfredo Berlinghieri, campesino y padrone, en una misma finca de la Emilia rural. Son descendientes de una generación que se evapora, esa que representan Sterling Hayden y Burt Lancaster, esa que, en la práctica, sigue el esquema del señor y el vasallo. Los tiempos cambian, y en Italia, como en el resto de Europa, avanza el fantasma del comunismo que había dogmatizado Karl Marx. Es por ello que el destino de estos dos jóvenes amigos, aun siempre dispuesto a encontrarse, tiende por naturaleza a la lucha y a la confrontación. Son los juegos de la niñez y los placeres de la juventud -brillante la escena de la puta epiléptica- los que unen a nuestros protagonistas. Sin embargo, uno es hijo del fasto, mientras que el otro no es más que un bastardo comunista. Uno se mueve desde la rabia y la dignidad; el otro coquetea con la cocaína y se enamora de su amante francesa. Uno es el temperamental Gérard Depardieu y el otro el pusilánime Robert De Niro, ambos dos fabulosos.

En mitad de ambos se encuentra Donald Sutherland, la maldad hecha persona. Es el perro guardián del padrone, aunque Bertolucci juega con él para exponer una de las más sangrientas metáforas sobre el origen y el desarrollo del fascismo italiano. A Il Duce simplemente se le nombra, no hace falta su presencia, pues el horror toma la forma de sus vástagos, de esos miserables que se mueven entre atrocidades (brutales las escenas de Attila con el gato y Patrizio), recelosos del auge proletario y codiciosos por la figura de los poderosos. El cineasta, por supuesto, toma partido, dado que como uno de los personajes de su film, Bertolucci no parece tenerle miedo al diablo, pues es igual de rojo que él: alienta la estoica actitud de Olmo mientras se mofa de un débil patrón como Alfredo. La estupenda Dominique Sanda, Ada, es el recurso empleado para ello, liberal casada con De Niro pero unida sentimentalmente con las ideas, la vida y el carácter de Depardieu. Además, Bertolucci ataca al comportamiento de Attila. Lo hace con estiércol, pero también jugando con el paisaje. El invierno, el barro y el frío fascista se esfuman en la primaveral mañana de la liberación, esa en la que Reggina alza la vista en mitad del valle y grita efusiva.

Aunque, con todo, el mensaje final escapa de la idea de armonía y paz: fueron dos niños que luchaban por esquivar un mismo tren, dos jóvenes que luchaban por acostarse con la misma prostituta, dos adultos que luchaban por el amor de una misma mujer… y dos ancianos que continúan enfrentados por un pasado que se niega a marchar. Cierra así, con un punto de irremediable tristeza, esta obra cinematográfica en la que luce la preciosa fotografía de Vittorio Storaro, la embriagadora música de Ennio Morricone y el armónico montaje de Franco Arcalli. Es Novecento, uno de los más grandes manifiestos proletarios que se ha hecho nunca.