Cheyenne Autumn (1964)

John Ford: El gran combate (Cheyenne Autumn, 1964) Estados Unidos. Western que dignifica la figura del indio americano frente al genocidio perpetrado por el hombre blanco. Escrita por James R. Webb. Interpretada por Carroll Baker, Richard Widmark, Sal Mineo, Ricardo Montalbán y James Stewart. Fotografía de William H. Clothier. 154 minutos. 

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Los versos de John Ford nos trasladan al otoño de la tribu Cheyenne. El cineasta se aleja de la típica y racista postal del salvaje para dignificar la figura del indio americano. Emplea una inhumana travesía, de unos 3000 mil kilómetros, en la que esta tribu se aleja de las estériles tierras de la reserva de Arizona en la que han sido confinados, presos del hambre y la pobreza, para volver a su espacio originario -Yellowstone-, más fértil y caudaloso. Carroll Baker, profesora cuáquera, es la voz de la conciencia mientras Richard Widmark interpreta a un soldado que no tiene muy claro cuál es su deber: está en medio de una guerra (o mejor, una matanza) que no siente como justa. Brutal la imagen que nos llega desde Washington, números y beneficios es lo único que preocupa por allí. 

El excelente trabajo de fotografía de William H. Clothier, un clásico en el cine de Ford, no puede esconder, sin embargo, las limitaciones de la narración: el metraje es largo, enrevesado y con tendencia al tedio. Sobra, totalmente, la cómica anécdota de Wyatt Earp y Doc Holliday. Hay tendencia al desequilibrio, inoportuno resulta James Stewart. Con todo, el valor principal del film -una oda al humanismo- no queda deslucido. Es una revisión histórica digna de elogio: el autor le da voz -a la par que dignifica- al pensar indio, con todas las inclemencias y flagelos que estos tuvieron que soportar en nombre del progreso y la modernización. Es una película, casi entendida como un testamento cinematográfico, que posee un alma admirable. 

Somebody up there likes me (1956)

  • somebody_up_there_likes_me_xlgEstados Unidos
  • Biopic
  • Dirigida por Robert Wise
  • Escrita por Ernest Lehman
  • Interpretada por Paul Newman, Pier Angeli, Eileen Heckart, Sal Mineo y Steve McQueen
  • 113 minutos

Rocky Graziano es la figura que colapsa este relato. No era fácil la tarea para el guionista, un reputado Ernest Lehman, a la hora de sintetizar la larga y penitente vida del púgil de ascendencia italiana. Con todo, la cosa queda resultona. Desde su miserable niñez hasta su delincuente juventud, en cada paso dado por el cineasta, Robert Wise, se va perfilando el singular carácter de Rocco Barbella.

Paul Newman luce espectacular. El odio interior que oxigena su sangre se plasma en una interpretación cautivadora. Su indomable perfil, cargado de rebeldía y contestación, no encuentra acomodo en ningún lugar: ni en su hogar, con la figura de un desamparado padre; ni en el ejército, lleno de órdenes y jerarquía; ni en su barrio, aficionado a delinquir junto a sus amigos de toda la vida. Fortuna o no, Graziano tenía un don, pues sabía golpear al adversario. La violencia diaria que le acompañaba terminó por plasmarse en el cuadrilátero.

La penitente Eileen Heckart, madre de Rocky, pone la primera piedra del camino hacia el éxito. El boxeo siguió formando a Newman para que, finalmente, una estupenda Pier Angeli domesticara a su antojo a tan temperamental personaje. El combate por el campeonato mundial supone el cierre de un film que, como otros tantos más, encuentra en el mundo del boxeo la salida de la marginalidad. Esta, en esencia, se impone a lo largo de todo el metraje. El Nueva York de la periferia se plasma en las sucias aceras, en la humildad de las viviendas, en el trágico destino de figuras como la de Sal Mineo o un jovencísimo Steve McQueen.   

Un relámpago, así es esta película. Problema tras problema, pelea tras pelea, así se forja la leyenda de Rocky Graziano. Un agitado Paul Newman para una interpretación de altura en un biopic más que meritorio.   

Rebel without a cause (1955)

  • rebel_without_a_cause(2)_1955Estados Unidos
  • Adolescencia
  • Dirigida por Nicholas Ray
  • Escrita por Stewart Stern y Irving Shulman (Argumento: Nicholas Ray)
  • Interpretada por James Dean, Natalie Wood y Sal Mineo
  • 111 minutos

James Dean es un joven que apuesta por la hombría. Obsesionado por escapar de la cobardía, lucha por no parecerse a su padre, un fiel sumiso de los mandatos de su esposa. Quizás por ello siempre acaba metido en alguna pelea donde uno simplemente se juega el honor. Por su parte, Natalie Wood es una chica frágil, siempre ligera de ropa pero carente de ternura, su mayor deseo pasa por conocer qué es eso del amor verdadero. Muy cerca de ella anda Sal Mineo, el más joven de los tres. Un chico sin padres que simplemente reclama un poco de atención, sentirse importante para alguien.    

Total, que son los años cincuenta. La guerra ha terminado y en los Estados Unidos el bienestar alcanza cotas inimaginables. Los tiempos cambian y las incomprensiones generacionales aparecen. Los jóvenes andan tan o más desubicados que sus padres. Una transición en los hábitos y valores de vida que termina por eclosionar en una rebeldía sin causa, en una carrera de coches suicida en la que a la pregunta “¿por qué lo haces?” se le responde con un simple y claro “porque algo hay que hacer”. 

En esencia ‘Rebel without a cause’ es eso, una historia de incomprensiones y frustraciones juveniles. Una película endiosada por crítica y público. Miles de seguidores, en un alarde de personalidad, han copiado hasta la saciedad el look que aquí nos presentaba el malogrado James Dean. Nunca antes una cazadora roja significó tanto. Tampoco antes unos simples vaqueros y una camiseta blanca habían calado tan hondo en la sociedad. Cosas del cine. A todo ello contribuyó, en cualquier caso, el hecho de que la obra de Nicholas Ray fuera estrenada apenas un mes después de la trágica muerte del carismático actor, quien tan solo contaba con veinticuatro primaveras.

En fin, una película notable. No es una obra maestra ni mucho menos, pero sí es cierto que los tres personajes principales (además del contexto) están bien pincelados. El collage sentimental de Nicholas Ray en torno a las preocupaciones de la juventud termina por convencernos. En cualquier caso, no nos engañemos. Si por algo pasará a la historia ‘Rebelde sin causa’ será por su incomparable poder de atracción y su inconfundible estética. Lo dicho, James Dean.