Bonnie & Clyde (1967)

  • bonnie-and-clyde-movie-poster-1967-1020273984Estados Unidos
  • Thriller
  • Dirigida por Arthur Penn
  • Escrita por Robert Benton y David Newman 
  • Interpretada por Warren Beatty, Faye Dunaway, Gene Hackman, Estelle Parsons y Michael J. Pollard
  • 110 minutos 

Here’s the story of Bonnie and Clyde (…) If they try to act like citizens / And rent them a nice little flat / About the third night / They’re invited to fight / By a sub-guns’ rat-a-tat-tat. / Some day, they’ll go down together / They’ll bury them side by side / To a few, it’ll be grief / To the law, a relief / But it’s death for Bonnie and Clyde.

Vivir al margen de la ley. Ese era, en esencia, el estilo de vida de Bonnie Parker y Clyde Barrow. Corrían los años 30 en el interior de los Estados Unidos, la economía hacía estragos en la sociedad y, como siempre, la frialdad numérica mostraba su reverso cualitativo: el aumento de la criminalidad. Este desgraciado hecho suele ir ligado al incremento de la desigualdad social y de la pobreza. ¿Dónde estaba el sueño prometido? Bonnie estaba cansada, harta, de ser una camarera. ¿Era ese el destino final  de su vida? ¿Servir café a los camioneros? “You’re different, that’s why. You know, you’re like me. You want different things. You got somethin’ better than bein’ a waitress. You and me travelin’ together,” le respondía Clyde. 

Elegante y con desparpajo, esta pareja de atracadores sembraba el terror allá por donde pasaba. “This here’s Miss Bonnie Parker. I’m Clyde Barrow. We rob banks“. Y todo comenzó con un pequeño flirteo. La guapísima Faye Dunaway se dejaba engañar por el apuesto Warren Beatty. Tenía un sueño… salir de la mediocridad. A golpe de pistola si hacía falta. Y él representaba esa ilusión, esa esperanza. Desde Dallas a Missouri, no conocían el miedo. Sus fechorías tenían un aire romántico: robaban al rico, nunca al pobre. En un tiempo en el que la miseria entraba en los hogares de los trabajadores estadounidenses, en un tiempo en el que los bancos embargaban las propiedades de sus clientes, ellos, Bonnie and Clyde, simplemente escupían en la cara del sistema. Se reían de él. 

Aunque, en el camino, también lloraban. Atracos, tiroteos, persecuciones. Y una huida sin final. No era una vida fácil, pues. Y Bonnie extrañaba a su madre, a su familia, a su miserable existencia -qué contradicción sentimental- en Dallas. Había noches en que se arrepentía de haberse dejado atrapar por Clyde, el hombre a quien tan penitentemente amaba. Noches en que se sentía sola, en que lloraba sabedora que no alcanzaría jamás el sueño que ella buscaba: vivir una vida tranquila junto a su chico. Nunca reunirían el suficiente dinero. Nunca dejarían de estar perseguidos. Nunca… cambiaría la forma de ser de Clyde. Así que lo extrañaba, aun teniéndolo al lado, anhelando otra vida para ellos. Una vida que nunca sería la suya.

Su final ya estaba escrito, pues ella ya lo había escrito mucho antes. Era un final donde la nostalgia y la épica se entrelazaban. Un final que hacía justicia a la historia de Bonnie y Clyde. Un final con el que Arthur Penn filmaba una de las escenas más memorables del séptimo arte. Y un final donde las tiernas miradas se cruzaban por última vez. Esto era, también, una estupenda historia de amor. La traviesa sonrisa de Warren Beatty nos sumía en la alegría del caos. A ratos, la melancolía nos invadía al ver a la desamparada y maravillosa Faye Dunaway suplicar por una porción de felicidad. Y sí, yo también me hubiera puesto de los nervios (pobre Bonnie) con los insoportables gritos de Estelle Parsons. Todo ello, junto con el chiste de la vaca de Gene Hackman y la inolvidable fotografía de Burnett Guffrey, contribuía a darle forma a una película emblemática, de alma contestataria y representativa de una época y lugar. Una maravilla.