Boomerang! (1947)

Elia Kazan: El justiciero (Boomerang!, 1947) Estados Unidos. Drama judicial. Escrita por Richard Murphy. Interpretada por Lee J. Cobb, Arthur Kennedy y Dana Andrews. 86 minutos. 

Un sacerdote local es asesinado en plena calle. Todos han visto y oído algo, pero el culpable huye. Y nace la tensión. El pueblo reclama justicia. Las presiones políticas -con elecciones a la vista- hacia la policía es enorme. Cae Arthur Kennedy en manos de Lee J. Cobb. Ambos están sobresalientes. El chivo expiatorio no tiene salida. En la investigación cada resquicio está atado: incluso el inhumano interrogatorio. Elia Kazan azota a los cimientos del sistema legal estadounidense: ¿esto es la justicia? Tiene a su ciudadano modelo, ese que se anticipa al Henry Fonda de 12 hombres sin piedad (12 Angry Men, 1952): Dana Andrews, fiscal. Este nos recuerda que en sus manos igual de importante es condenar al culpable como proteger a los inocentes. La narración es seca y rotunda, también didáctica. Una lección de cine y civismo.

12 angry men (1957)

  • twelve_angry_men_xlgEstados Unidos
  • Drama judicial
  • Dirigida por Sydney Lumet
  • Escrita por Reginald Rose (Obra teatral: Reginald Rose)
  • Interpretada por Henry Fonda, Joseph Sweeney y Lee J. Cobb
  • 95 minutos 

«Juror 10: Bright? He’s a common ignorant slob. He don’t even speak good English.
Juror 11: He doesn’t even speak good English.»

Impecable alegato en pro del poder judicial. Con una clara vocación teatral, Reginald Rose adapta su propia obra para el cine y escribe un férreo guion al que Sydney Lumet, un desconocido por aquel entonces, le añade nervio, tensión y empuje desde la dirección. Por supuesto, en una película de este corte, los actores terminan por convertirse en una pieza fundamental: aquí los doce cumplen su cometido, sin alardes ni fisuras. A mí me gusta especialmente el jurado más anciano, Joseph Sweeney.

Las imponentes columnas nos reciben. Estamos en el hogar de la justicia. Un chaval de un suburbio de una gran ciudad norteamericana está siendo juzgado. Su vida pende de un hilo. O, mejor dicho, pende de la decisión de estos doce hombres. Todos lo tienen claro, él es el asesino. Él ha cometido el crimen. Él le ha quitado la vida a su propio padre. Todos menos uno… Henry Fonda (productor, qué casualidad, de esta cinta). Así se inicia la batalla. Solo y acorralado. Aquí no hay nombres, solo números. Todos ellos son anónimos. Poco importa (en la teoría) el pasado de los presentes y sus historias. Aunque, quieran o no, allí están sus experiencias, sus prejuicios y su propia socialización. ¿Pueden condenar con tal ligereza a un hombre a la muerte? Fonda se niega a ello. Discutamos, al menos, durante un breve lapso de tiempo. Es el claro reflejo de la razón, la luz con la que Lumet ilumina este relato. 

La carga psicológica que contiene el film, en consecuencia, es elevada. Es una guerra de caracteres. Y los doce hombres, sus doce votos, tienen una capital importancia. Guilty or not guilty, esa es la cuestión. Sydney Lumet pasea su cámara por ese cuartucho agobiante. La puerta cerrada, el ventilador que no funciona, un calor inmenso entrando por la ventana y, finalmente, la inquietante tormenta. Dan la sensación de estar encerrados en una jaula. Nuestros protagonistas sudan y se fatigan. Uno tiene prisa por ver el partido de béisbol. Otro es un bravucón enfadado con su propio hijo y que, por ende, lo tiene claro: ha sido él. Hay quien simplemente es racista… «la gente de los suburbios… seguro, es culpable». Y así, uno a uno, los doce tienen su propio punto de vista. Están cansados, pero la vida del muchacho sigue en juego. La «duda razonable» comienza a pulular por la mente de más de uno. ¿De verás el anciano vio al chico? ¿La vecina presenció la escena nítidamente? ¿No existen más navajas como esa? ¿Tú serías capaz de recordar las películas que viste hace cuatro noches y los protagonistas de las mismas? Henry Fonda lo ha logrado, ha sembrado la duda entre sus acompañantes.

Reconozco que me sorprende las alabanzas que ha recibido este film. Considerada por (casi) todos como una pieza indispensable del séptimo arte, yo la noto un poco sobrevalorada. La escena del racista y su soledad es divulgativa y aleccionadora, pero carente de sentimiento. De igual manera, la victoria del impoluto Henry Fonda, dentro de este mejunje y maremágnum social que es el jurado, peca de cívico adoctrinamiento inducido desde la narración. Aun así, 12 hombres sin piedad es un relato notable, eso seguro. Un guion sobrio, bien narrado y con unas interpretaciones correctas. Nunca sabremos si el muchacho lo hizo o no lo hizo, lo que sí está claro, como recalca Lumet, que el poder judicial, con sus loables jurados (siempre habrá un Fonda por allí), funciona a las mil maravillas en los Estados Unidos. ¿Lo mejor? No conozco que decía la ley estadounidense del momento, pero, pese a esto, merece la pena destacar el sutil puñetazo que lanza el cineasta más por lo que omite que por lo que dice: ni un negro ni una mujer entre los doce miembros del jurado.