The Grapes of Wrath (1940)

John Ford: Las uvas de la ira (The Grapes of Wrath, 1940) Estados Unidos. Drama social que habla sobre la resistencia y la esperanza. Escrita por Nunnally Johnson conforme a la novela homónima de John Steinbeck. Interpretada por Henry Fonda, John Carradine y Jane Darwell. Fotografía de Gregg Toland. Música de Alfred Newman. 129 minutos. 

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Una película que te deja sin palabras no es fácil de encontrar. Pinceladas de maestro dadas por John Ford, quien conforma un relato precioso, tan sentido y humano como melancólico. La figura central es Tom Joad, un ex reo interpretado maravillosamente por Henry Fonda, quien llega a su casa después de cuatro años encerrado. El panorama que se abre ante sí es sobrecogedor: nada ni nadie queda allí. Un loco, Muley, le ilumina los ojos. El capitalismo les ha vencido. No hay espacio para el pequeño granjero. Las grandes empresas y la banca no dan tregua: sin tierra, sin casa, tan solo les queda el camino, la carretera. Infelices y vagabundos que no tienen nadie a quien disparar con su escopeta. Tampoco nada a lo que agarrarse, salvo a la unidad familiar, a los lazos que les unen entre sí. Con esa riqueza, la única que le queda al náufrago, se marchan en busca de su lugar. No es, sin embargo, un camino fácil. Es el camino de la miseria. 

Los personajes de la película brillan solos, sin necesidad de efectismos. Deslumbrante Jane Darwell en el papel de madre coraje. Colosal, a su vez, luce la figura de John Carradine, ese predicador -Jim Casy- que ya no sabe, no conoce, sobre nada. Los bofetones se acumulan en el guion de Nunnally Johnson. Excepcional forma de recoger la humillación, de atestiguar la degradación de una persona. A veces, sin embargo, una mirada habla por sí sola. Y la mirada de Fonda reta, en su interior, a quien se ponga frente a él. Es el héroe, el principal, en este relato de Ford. La odisea que emprenden estos errantes desde Oklahoma hasta California -pereciendo familiares en el camino, recibiendo miradas afiladas como bienvenida, buscando un mendrugo de pan que llevarse a la boca- se baña entre las aguas del drama social y las de la poesía visual.   

El cine de Ford está del lado de los pobres, de los humildes, de los silenciados. Retrata maravillosamente la América propia de los años 30, esa que sucede al Crack del 29. Pincela al agricultor de Oklahoma, a esa familia afectuosa aunque poco besucona, para esculpir entre sus fotogramas esa emotiva reivindicación del lazo familiar. Los versos que, en esencia, componen esta narración se agarran a la poderosa fotografía de Gregg Toland para reivindicar, además, la lucha y las fatigas que acompañan al american dream, a esas personas que buscan trabajo hasta debajo de las piedras con la ilusión -siempre presente- de que un futuro mejor llegará algún día.