La sombras del american dream: The Woman in the Window

La monotonía ha convertido la aventura en letargo y, a este, nuevamente en aventura. Es así como Fritz Lang deslumbra expresando, a través del fotograma, las agitadas palabras que esconde el fantasioso guión de Nunnally Johnson. El claroscuro se impone cuando se mezcla la seducción con el crimen en las calles de Nueva York. Es allí donde el profesor Wanley, un monumental Edward G. Robinson, queda prendado por la mujer del cuadro que adorna el escaparate adjunto al club donde él y sus amigos, luchando contra el tiempo, intrigan sobre la juventud y la pasión. Los instintos que acompañan a esta última combaten al credo religioso. El onírico erotismo se encumbra a través de la hipnótica fotografía de Milton R. Krasner. Detrás de todo ello, al final, se cede al chantaje: la fe prevalece y la respiración se torna aliviada. El diablo aguarda otra oportunidad, tambaleando así los cimientos de la (hipócrita) moral estadounidense. 

Las sombras del ‘american dream’: Double Indemnity

Hay un antes y un después en la vida de Fred MacMurray cuando ve bajar por las escaleras las esbeltas piernas de Barbara Stanwyck. Las pasiones y el instinto le alteran el pulso. A ella, en cambio, seductora innata, se le hace la boca agua solo de trajinar la maquiavélica idea que lleva en mente: es la corrosión del dólar. La virguería narrativa de Billy Wilder, escudada en la fascinante fotografía de John F. Seitz, intriga a cada paso dado por los protagonistas. Vigilados estos, aun sin ojo clínico, por Edward G. Robinson, secundario de lujo y lacayo aventajado en la transición campo-ciudad. Raymond Chandler, por su parte, exprime las palabras de James M. Cain y embiste, junto a Wilder, contra la moral estadounidense: el adulterio y el crimen orquestado por la clase media ensucian la postal del american way of life. El compás de Miklós Rózsa termina por salivar este elegante escupitajo.   

Double indemnity (1944)

  • DOUBLE-INDEMNITY-Modern-poster-Web-LargeEstados Unidos
  • Cine negro
  • Dirigida por Billy Wilder
  • Escrita por Raymond Chandler y Billy Wilder (Novela: James M. Cain)
  • Interpretada por Barbara Stanwyck, Fred MacMurray y Edward G. Robinson
  • 107 minutos

«I couldn’t hear my own footsteps. It was the walk of a dead man.»

Un sudoroso hombre llega a su oficina. Es Fred MacMurray. Está cansado, y parece derrotado. Solo quiere confesar, confesar ante su amigo y superior: un estupendo Edward G. Robinson, el guardián de las conciencias. Billy Wilder abre así una áspera narración -tan áspera como los pulgares que encienden los cigarrillos de este film- fraguada a base de maldad. El poder de la tentación se impone, sobre todo al presenciar la figura de Barbara Stanwyck, quien luce como una femme fatale astuta, icónica, en este sentido, dentro de la historia del cine negro. Ella es la clave de bóveda de esta narración. Casada con un hombre de negocios, la soleada California pronto se tornará en turbiedad cuando ella entre en contacto con Walter Neff, un corredor de seguros que recibirá, ávidamente, una perversa propuesta por parte de aquella: la firma de un seguro de vida para su marido, el asesinato de este y el cobro final de una doble indemnización.

La película se mueve en la excelencia en todo momento. El suspense que acompaña a los fotogramas de Perdición no tiene nada que envidiar al de Hitchcock, quizás el gran maestro del género. Repleta de tensión, la hipnótica y detallista puesta en escena de Wilder no deja ni un momento para respirar. Cómo no alterarse, por ejemplo, al ver la perturbada mirada de Phyllis Dietrichson, primer plano, en el momento del crimen. Igual de tensos son los esquivos momentos en el supermercado, o la taquicárdica escena en la que la figura de MacMurray y una puerta dan cobijo a Barbara Stanwyck mientras Edward G. Robinson espera la llegada del ascensor. La fatal seducción, además, alcanza aquí la excelencia, bastándole a Wilder una pulsera en el tobillo para rendir al espectador -y ya de paso, al desgraciado protagonista- ante los sensuales encantos de la rubia.

La codicia y el engaño toman la forma de gigantes frente a los que enfrentarse. O, mejor dicho, frente a los que sucumbir. La sórdida ambientación sirve para dar abrigo a unos memorables diálogos, así como a una serie de escenas que entran, como ya digo, de forma directa en la historia del cine. Es un hombre adentrándose en la boca del lobo, perdido entre tanta oscuridad. Es la turbiedad apoderándose de todo, machacando el pulso de estoicos luchadores como Barton Keyes o Lola Dietrichson, quizás las únicas pinceladas de calidez con las que adornar este decadente paisaje.